Pueblos que hace más
de 500 años le dijeron basta a hacerles reverencia a los reyes, que dijeron
basta al reconocer a un monarca vestido
con oro y corona, que lucharon por ser libres, que derrocaron dictaduras y que
en algunas ocasiones se enfrentaron entre ellos mismos.
Sudamérica se formó a partir de la lucha, la revolución y la
rebeldía. Y su fútbol no es ajeno a estas
características.
En el sur del nuevo continente, donde los niños comienzan a
jugar en la arena caliente descalzos, en la tierra erosionada o en los verdes
potreros encerrados en alambres de púas que tantas camisetas rasgaron cuando se
intentaba recuperar el balón tras un centro o disparo al arco desviado, el
fútbol no se siente como un hobbie, se
siente como una oportunidad de vida, tal como lo describió alguna vez el periodista argentino Ernesto Cherquis Bialo: “porque
para el que tiene hambre, el éxito es la única salida”.
El fútbol es esa salida que muchos suramericanos ven al
hambre que duele, al hambre visceral. Por eso este deporte que tanta emoción
genera en el mundo, en este sector del planeta se vive como una batalla por la
vida.
Acá no se gana de camiseta, ni de escudos con estrellas o
trofeos en el pecho. Un ejemplo es Brasil que con sus cinco campeonatos
mundiales, hasta la fecha siete de la eliminatoria le costó tanto ganar que cambió de entrenador tras malos resultados. Acá se gana dejando sangre,
sudor y lágrimas en la cancha.
Incluso Messi, considerado por muchos como el monarca del
fútbol mundial, alabado en todos los estadios del viejo continente, le costó
más de lo pensado llevar a su país al
mundial. Las habilidades del heredero de Maradona en muchos partidos fueron insuficientes para darle una clasificación anticipada a la albicelente.
Desde niños se aprende que no importa si juegas al fútbol
por mucho o por nada, siempre hay que ganar, siempre hay que luchar y dejar todo
en la cancha. Por eso a pesar de que equipos como Venezuela y Bolivia se despertaron del sueño mundialista muy
temprano, nunca dejaron de jugar por el orgullo y complicaron el andar de todos
los clasificados.
Acá se aprende a que no solo se juegan con las piernas, se
juega con el corazón y que mientras esté latiendo habrá fuerzas para luchar, como
lo hicieron Paraguay y Perú a quien daban por muertos. Los Guaraníes cayeron en
la última batalla y los incas lograron entrar al repechaje tras 35 años sin
ilusión mundialista.
La anarquía del fútbol suramericano y el rechazo a la
monarquía, quedo en evidencia con la eliminación de Chile, doble campeón de
América, que pese a luchar por el
respeto del continente, no pudo doblegar a los que pretendía llamar súbditos de
su reinado.
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