En estos tiempos modernos de multimillonarios dentro del fútbol, de transacciones exorbitantes que hacen que se pierda el sentido de pertenencia y que jugadores besen uno y otro y otro escudo a lo largo de sus carreras, ya se ve extraño que existan futbolistas que guarden fidelidad a un club. Ese es el caso de Steven Gerrard.
El gran capital, el corazón y el emblema del Liverpool, ese mismo que declaró en repetidas ocasiones que su mayor sueño era "jugar para el equipo de su ciudad", frase que de su boca suena a poco para todo lo que el mítico ocho vivió y le regaló al onceno de la ciudad de los Beattles por 17 temporadas. Sin duda que el You´ll Never Walk Alone que baja de las gradas de Anfield, jamás sonará como aquella tarde del 16 de mayo de 2014 cuando ante el Crystal Palace el gran capitán jugó su último partido con los reds, y seguramente ya no suena igual desde que el dueño del brazalete de capitán dijo adiós, en lo que para para muchos fue considerado como un acto de traición, pero para mi fue un acto de amor, si, de amor al Liverpool y amor al fútbol.
"Abran mis venas y sangraré el rojo del Liverpool", frase que eriza la piel al leerla y enterarse que la dijo Steven Gerrard, un hombre poco mediático, de pocas palabras y de intachable reputación dentro y fuera del terreno de juego. De esos pocos jugadores que imponen respeto sin necesidad de actuar como chicos malos ni de llenarse de tatuajes para aparentar agresividad,, un tipo con un carácter de líder sin necesidad de hablar mucho y con un talento y visión incomparable. Lo que más recordaré de Gerrard será su gran precisión en los pases largos, las asistencias a 30 metros eras su especialidad, gestos técnicos que hacían que me levantará de mi sofá para aplaudir tan perfecta cualidad.
Recordaré aquella final de Estambul de 2005, cuando definitivamente me enamoré de La liga de Campeones. Con un 0-3 en el primer tiempo, parecía que el Milán se llevaba la orejona, pero en una épica remontada iniciada por Gerrard comprendí por fin lo que era la jerarquía.
Diez años después de ese mítico encuentro Steven Gerrard dejó a su equipo, se fue en la temporada 2015 sin bombos ni platillos. Sorpresivamente no colgó los botines, Los Ángeles Galaxy de la MLS fue su destino, cambió de camiseta, y lo hizo porque vio que a sus 34 años ya no tenía la mismas cualidades físicas que lo llevaron a ser emblema de Liverpool por 710 partidos, se fue para darle paso a una nueva generación, porque sabia que permanecer en la escuadra iba a ser una gigantesca sombra para sus compañeros y una presión constante para el entrenador de turno, así que él decidió irse lejos, al otro lado del charco, no se retiró en el equipo de su corazón por que tiene otro amor, así es, otra amante y es el fútbol, quería seguir jugando, y buscó la solución más salomónica que pudo, irse a Estados Unidos para nunca enfrentar a su primer amor.
Se despidió un gigante, una leyenda, que seguramente como declaró el día de su retiro, seguirá ligado a sus dos amores en un futuro próximo usando en chandal de entrenador.