“Dicen que nunca se rinde” remarca la frase que adorna una
de las tribunas del Ramón Sánchez – Pizjuán y que hace parte de una de las estrofas
del himno con el que los aficionados rojiblancos cantando a capela, le dan la bienvenida a su equipo en la capital de Andalucía. Un momento de conexión místico
entre la hinchada y jugadores, solo comparable con el canto del You’ll Never
Walk Alone de los fanáticos del Liverpool en Anfield.
Ese canto fue el único momento de tranquilidad que se vivió
en las graderías de la cancha del Sevilla Fútbol Club, en adelante los abucheos
e insultos a Sergio Ramos fueron la tendencia durante los 90 minutos de fútbol.
El capitán del Madrid vivió una noche de pesadilla en el
estadio que años atrás fue su casa, pero que tras su partida al equipo merengue
se convirtió en territorio hostil. Los aficionados que algún día lo apoyaron y
respetaron, jamás le perdonaron que se fuera a jugar con la escuadra madrileña,
y aunque el central español ha tratado de reconstruir la relación durante los
últimos once años, el gol de penalti anotado a lo Panenka en la eliminatoria de
la Copa del Rey del pasado jueves y la posterior celebración desafiante, rompieron
definitivamente cualquier lazo que unía a Ramos con el sevillismo.
Sevillismo que ayer se hizo sentir como en las buenas noches
de Europa League, competencia que tantas alegrías le ha dado a los seguidores
del Sevilla, que solo interrumpieron los insultos hacia el capitán merengue
para concentrarse en alentar a su equipo, especialmente, después de que
Cristiano Ronaldo transformara una dudosa pena máxima cometida por el portero
Rico sobre Carvajal en gol.
Ese aliento ensordecedor del Pizjuán fue consecuencia
directa del entrenador Jorge Sampaoli, que con su estilo de juego ultraofensivo
y vertiginoso, acertó con los cambios y tuvo la claridad para acomodar a su
equipo en la cancha para acabar con el invicto de 40 fechas de Real Madrid.
Ni el mejor historiador pudo imaginar el desenlace de la
épica remontada, que comenzó con un gol en contra del verdugo del sevillismo.
Sergio Ramos en su afán por despejar un centro, cabeceó el balón y lo envió al
fondo de la portería de Keylor Navas para provocar el delirio de la afición
rojiblanca, que al ver que su entrenador no se conformaba con el empate y ordenaba
a sus jugadores para ir por el partido, se olvidó de los insultos hacia el
central del Madrid y comenzó a alentar.
La garganta de los 42.500 aficionados se escuchó como el
rugido de un monstruo milenario, como un kraken devorador de ciudades que
intimida hasta el más valiente de los guerreros.
La unión entre jugadores, entrenador e hinchada provocó que
el invicto Real Madrid poco a poco se replegara y cediera la pelota al Sevilla,
que cada vez se acercaba con más peligro a la portería del costarricense.
Sampaoli, a quien ya en Andalucía muchos le otorgan poderes
divinos y piden su beatificación para elevar sus plegarias al nuevo patrono del
sevillismo, echó mano de su refuerzo estelar de invierno para ganar el partido.
El montenegrino Stevan Jovetic, quien en su debut tres días antes ya le había
marcado al Madrid entró a la cancha. Y en
el tiempo añadido, esos minutos adicionales que tantas veces le han entregado
alegrías al madridismo, anticipó a su marca en un lateral y tras un galope
similar al de un caballo pura sangre español, dejó atrás a sus rivales y con un
auténtico bombazo envió el esférico a la esquina izquierda de la portería de
Navas, para la erupción total del Pizjuán.